Comentario
Con la llegada de los pueblos indoeuropeos a Grecia y Asia Menor, en torno al año 2000, se produce un cambio generalizado en estas áreas geográficas. Durante algunos siglos, este territorio presenciará el advenimiento de nuevas gentes y el lento desarrollo de su cultura, en un período que se ha comparado con la posterior Edad Oscura, cuando sean los dorios los nuevos señores de Grecia. Esta etapa comprende todo el Heládico Medio, entre 2000 y 1600, y en ella se forja la primera cultura propiamente dicha, aunque ello sucede de un modo casi anónimo. Los restos arqueológicos son de una pobreza desesperante y muestran el proceso de adaptación de los aqueos, pueblo nómada dedicado a la ganadería en las llanuras esteparias de allende los Balcanes, a la agricultura mediterránea y al comercio marítimo dominado por Creta, entonces inmersa en su período de los Primeros Palacios. Los nuevos pobladores se establecieron por casi todas las regiones de Grecia y la costa egea de Anatolia, concentrados sobre todo en aquellos lugares que ya contaban con un amplio desarrollo en el Bronce Antiguo, tales como Troya, Eutresis y Orcómenos en Beocia, Lema y Tirinto en la Argólida, y Malti en Mesenia, entre otros.
La llegada de estos pueblos indoeuropeos es lenta y casi inapreciable en la mayoría de las ocasiones. En Troya V, cuyo fin se sitúa hacia 1900, tan sólo se comienza a notar la presencia de la cerámica miniana, característica de estos pueblos (así llamada por hallarse primero en Orcómenos, donde reinó el homérico Minias) y nada más. El paso de Troya V a la gran ciudad amurallada que es el nivel VI, se realizó sin traumas, no hay ningún tipo de destrucción. Los movimientos de gentes de un lado hacia otro eran cosa común en los tiempos antiguos y no siempre respondían al prototipo de invasiones bárbaras, sembrando muerte y desolación a su paso.
La penetración indoeuropea en Grecia no parece ser precisamente de este último tipo pues, en la mayor parte de los sitios en que se documenta, la presencia de estas nuevas gentes ha dejado huellas casi imperceptibles, de extrema pobreza en los primeros momentos.
Los aqueos invasores adquirieron el control de estas zonas y aportaron la doma del caballo, el carro de guerra, las espadas largas de bronce, una cerámica muy típica y poco más. Organizados en familias con un lazo de parentesco bien establecido, la unidad social más importante es el poblado, presidido por un príncipe-guerrero y estratificado en tres clases, al modo indoeuropeo: guerreros, sacerdotes y campesinos. Una vez establecidos en los diversos lugares de Grecia, el sedentarismo hará adquirir a los nuevos pobladores las técnicas artesanales que dominaban los antiguos habitantes, más avanzados que ellos. A fines del Heládico Medio y comienzos del Reciente, cuando allá en Creta los minoicos han construido sus Segundos Palacios, los aqueos demuestran su capacidad organizadora y se empiezan a ver los que serán los reinos aqueos descritos en la "Iliada", encabezados por las ciudades de Iolkos en Tesalia, Tebas, Orcómenos y Gla en Beocia, Atenas en el Atica, y en su mayor parte concentrados en el Peloponeso: Micenas, Tirinto, Argos, Lerna y Asine, en la Argólida, Pilos en Mesenia, y algún que otro resto de la predecesora de Esparta en Laconia.
Además de estas ciudades, protegidas ya en el Heládico Reciente II por poderosas murallas, existen multitud de aldeas y villas nobiliarias o granjas dispersas en el paisaje griego, de las que en muchos casos quedan tan sólo sus tumbas o los depósitos votivos en ciertos santuarios. Entre estas residencias hay que citar la fortaleza de Midea (actual Dendra, en la Argólida) o las tumbas halladas en Dendra y Prosimna (Argólida), Vafio (Laconia), Kakóvatos (Elida), Peristeria (Mesenia), Espata (Atica) etc. Es el período del Heládico Reciente el de apogeo de esta civilización, denominada micénica por Schliemann, a partir de sus excavaciones en el Círculo A de tumbas de la más importante ciudad aquea, Micenas. Por ello, cada una de las tres etapas del Heládico Reciente es llamada también Micénico Antiguo (1.600-1.500), Medio (1.500-1.380) y Reciente (1.380-1.100), respectivamente.
En las formas de las aldeas y ciudades, así como la construcción de los edificios, el Heládico Medio es un puente entre el período anterior, del que conserva abundantes características y el Heládico Reciente, muchas de cuyas novedades se advierten ya en esta etapa.
El hábitat era disperso, con alguna que otra fortificación y sin rastro de construcciones palaciegas. Aunque la casa en mégaron es conocida, se muestra cierta preferencia por la casa ovalada o larga con remate en ábside. Los escasos recintos principescos conocidos (Asine en la Argólida, Malti en Mesenia) son muy modestos así como las obras de fortificación (Brauron en el Atica, Malti o Egina).
La aldea de Malti es, hasta hoy, la mejor excavada y la más idónea para hacernos una idea de lo que fue el hábitat del Heládico Medio. Al abrigo de una gran roca y presidiendo un valle estratégico, paso obligado de la parte oriental a la occidental del Peloponeso, se extiende una aldea de planta elíptica, de 138 m de longitud. Las casas son algo irregulares, de extensión similar y construidas de adobe sobre zócalos de piedra, con dos o tres habitaciones. En el centro del poblado existió un complejo más extenso, de varias salas mayores: es la residencia principesca. Las habitaciones son predominantemente rectangulares, aunque también las hay absidadas. Entre 1900 y 1700, en el Heládico Medio Il, la acrópolis del Malti fue rodeada por una muralla, de 2 a 3 metros de espesor, construida con piedras pequeñas sin tallar. Las cinco puertas que se abren en la muralla son estrechas aberturas que cortan el muro, seguidas en algún caso por un pasadizo angosto. En el interior, multitud de casas se adosan a la muralla, unas al lado de otras y adaptadas al contorno del muro y de la colina. El conjunto es de un aspecto mucho más primitivo y precario que las aldeas del Heládico Antiguo.
Los enterramientos de esta época son de inhumación, muchos de ellos se realizaron en el suelo de las casas o tras las paredes. En posición fetal, el cuerpo se depositaba en el interior de una vasija o pitos y éste en una fosa, o bien directamente dentro de una cista formada por lajas de piedra y luego cubierta por un pequeño túmulo de tierra. Así se han documentado en diversos yacimientos, tales como Drajmani (Fócida), Afidna (Atica) o en la isla de Leucade. Los ajuares que acompañaban al difunto son inexistentes al principio y muy escasos después: pequeños ídolos de arcilla, armas de bronce y algún que otro adorno de oro, sin comparación posible con la calidad de trabajo del período anterior. Tan sólo la cerámica es más significativa, denominada miniana, de color gris mate y de tacto jabonoso adopta formas características pero poco variadas: copa de pie alto, vasos abiertos de grandes asas verticales y los pitos (pithoi). Las tumbas de fosa generalmente se agrupaban en pequeños cementerios limitados por piedras hincadas, adoptando una planta redondeada; es el precedente de los círculos de tumbas del Micénico Antiguo y se han encontrado en diversos lugares: Hagios Ioannis cerca de Pilos, en Samikon o en Malti, ambos en Mesenia, y en otros yacimientos de Corintia y el Atica.